domingo, noviembre 09, 2014

Stanley Kubrick. Eyes Wide Open.


Nada más llegar a Viena salgo a dar un paseo vespertino. Tras dejar atrás el edifico Secesión, la Karlsplatz, la Ópera y la catedral de San Esteban, llego, caminando sin rumbo fijo, a la plaza Freyung, tras el Burgtheater. Allí veo un enorme cartel en blanco y negro de una joven sentada junto a una ventana, manuscrito en el pecho, ojos cerrados y cuello levantado, como memorizando un texto, su mano derecha acaricia un perrito. Es el anuncio de una exposición de fotos de Stanley Kubrick con el título de "Eyes Wide Open" (que parafrasea su película "Eyes Wide Shut") en el Kunstforum Wien. Decido ir sin falta al día siguiente. ¿A que es emocionante? Así que en mi primera mañana vienesa y tras visitar la Gemäldegalerie recalo, ilusionado, en esta sala del Austria Bank.
Entre los años 1945 y 1950 Kubrick realizó unos reportajes fotográficos para la revista estadounidense Look, la publicación rival de Life. En estos trabajos mini-biográficos de diversa índole Kubrick sigue a la aspirante a actriz Betsy von Fürstenberg, en fiestas y en su apartamento, a un joven limpiabotas de Nueva York, al actor Montgomery Clift y al boxeador Rocky Graziano, en ambientes domésticos (no fue el único trabajo ambientado en el mundo del boxeo que hiciera Kubrick, ya en 1949 publicó Prizefighter, un reportaje sobre el que luego filmaría el corto Day of the fight, un documental que podía verse igualmente en la exposición.

Sobre ella escribe Paul Duncan: "Day of the figt" es una película destacable para tratarse de una opera prima. Además de una fotografía y unos encuadres excepcionales, se aprecian aspectos estilísticos que, retrospectivamente, demuestran que Kubrick era ya un cineasta totalmente formado. En el cortometraje, un  narrador ofrece información útil, un recurso que el director utilizaría en diversas cintas para lograr efectos distintos. Por ejemplo, La naranja mecánica está contada por un gamberro carismático, mientras que Barry Lindon está rematada por el sarcasmo de Michael Hordern. En una secuencia  los gemelos Cartier se acercan a la cámara mientras ésta retrocede. Este travelling inverso, como se conoce a esta técnica, es uno de los movimientos de cámara más característicos de Kubrick, que lo utiliza en todas sus obras"). También pude ver foto-ensayos monográficos dedicados a Portugal, a los exámenes de la administración y al mundo del circo. En todos estos proyectos el futuro cineasta desarrolla una narrativa visual muy personal e innovadora ("Kubrick capta el espectáculo urbano en grande y en pequeño, historias individuales se combinan en un gran cuadro narrativo de la ciudad", reza -un poco retorcidamente, mi traducción tampoco ayuda- el tríptico de la exposición). Pero ¿cómo llega el joven Kubrick hasta aquí? Con 16 años Stanley llamó la atención de Helene O´Brian, la directora del departamento fotográfico de Look -cuenta Paul Duncan en la monografía "Stanley Kubrick. Filmografía completa"- gracias a una instantánea de un vendedor de periódicos cuyas portadas anuncian la muerte del presidente Roosevelt. Unos meses después Kubrick se incorporaba a la plantilla de la revista. En 1950 realizó "Debutante en pleno trabajo", sobre la actriz de Broadway, Betsy von Fürstenberg. En una de esas fotos se ve a la joven actriz -de belleza alemana, porte aristocrático (era baronesa), nariz respingona, melena corta rubia, una belleza que en la fotografía que me sedujo del cartel promocional de la exposición guardaba cierto parecido a Nicole Kidman -de hecho, el alegórico título de la muestra, que aludía a la película Eyes Wide Shut del propio Kubrick y donde Kidman interpretaba un papel protagonista, y la luz de la imagen que difuminaba los rasgos faciales, me habían hecho confundir a Fürstenberg con la actriz australiana, es decir, mi primera idea fue que se trataba de una exposición de fotos
realizadas por Kubrick durante el rodaje de Eyes wide shut y quizás otras de sus películas-, como decía, en una de las fotos se ve a la joven en un sofá acercando una copa a sus labios, medio dormitando, soñadora quizás, puede que algo achispada, y a su lado un tipo de sonrisa cortada que la observa y que, sin duda, la corteja (sin duda también, creemos que infructuosamente), al fondo un cuadro de Picasso (¿original o copia?), el retrato de Ángel Fernández Soto, señal de que la fiesta se produce en una vivienda de la alta sociedad y que, según Duncan, "comenta irónicamente las personas situadas en primer plano" -al igual que el acompañante de Fürstenberg, Fernández aparece fumando, sus dedos juegan entre sí rocambolescamente (unos dedos que recuerdan a los de Jesús entre doctores de Durero del Thyssen de Madrid), e incluso parece torcer el gesto de igual forma que el amigo de Picasso. Este cuadro de Picasso estaba en poder de la Andrew Lloyd Weber Foundation desde 1995 cuando lo adquirió a la colección Stralem por 29,2 millones de dólares, y su subasta en Christie´s de Nueva York en 2006 fue suspendida tras aparecer informaciones sobre una venta forzada en 1934 a los nazis. Finalmente, y tras argumentar la fundación que después de 1934 el cuadro había sufrido al menos cuatro cambios de dueño, volvió a salir a la venta en 2010 y fue vendido por 42,1 millones de
euros. Es el cuadro conocido como El bebedor de absenta (Noticia de la venta en 2010). Betsy Fürstenberg, nacida en 1931, participó en varias producciones de teatro de Broadway y en alguna serie de televisión a mediados de los cincuenta, quizás la más conocida de ellas fuera Alfred Hitchcock presents, ella salía en el capítulo The dissapearing trick (aquí se puede ver ese episodio). Antes del reportaje a Betsy Fürstenberg, de 1949, Kubrick había hecho el reportaje sobre Montgomery Clift, "Un chico glamour con pantalones holgados". En él se ve a Clift desayunando, con una sencilla y raída camiseta blanca. En el tiempo de la sesión Clift ya había trabajado con grandes directores (sus tres primeras películas fueron con Hawks, Zinneman y Wyler) y había sido nominado al Oscar por Los ángeles perdidos, sin embargo, Clift aún no había rodado Un lugar en el sol (1951) con Elizabeth Taylor ni Yo confieso de Hitchcock (1953) -de alguna manera existía una conexión entre Clift y Fürstenberg, ambos trabajarían con Hitchcock-. En estas foto-historias se puede reconocer al brillante cineasta que llegaría a ser Kubrick, por ejemplo, algunas de las imágenes en Lisboa parecen la antesala del Orson Welles de Sed de mal (1958). Kubrick fotografía a sus amigos en el Monasterio de los Jerónimos de Belém en Lisboa, en ese claustro donde todos los turistas nos hemos retratado -absurdamente-, y también en algunas poblaciones de pescadores. Las imágenes circenses hacen pensar en la época rosa de Picasso y en Degas (por ejemplo, ese ángulo imposible, que recuerda a alguna escena recortada de Degas, y en el que se ve a un agente del FBI vociferando con funambulistas de fondo), y las salas de espacios superlativos en las que se celebran las pruebas y donde las figuras humanas parecen pequeños juguetes inanimados y rememoran a Kafka de El proceso y anuncian a Antonioni de La noche y Desierto rojo. El joven Mickey ejerce de limpiabotas en las calles de NY. Bromea con los amigos, hace los deberes en casa,... Una entrañable historia que Kubrick desnuda de compasión y la envuelve en vitalidad y esperanza (una esperanza triste). En una de las imágenes vemos a Kubrick reflejado en un espejo (una disposición que recoge ideas ya usadas históricamente por Van Eyck en los Arnolfini y Velázquez en las Meninas) mientras retrata a una joven pin-up que se maquilla antes de salir a escena. Fue ésta una exposición inesperada (un aperitivo de lo que resultaría ser la antológica exposición de Antonioni que vería días después en la Albertina), muy bien diseñada, en total veinte proyectos fotográficos del joven Kubrick, las salas son amplias y diáfanas y con buena iluminación. A la salida no puedo resistirme y compro una postal de esa inocente Fürstenberg que aprende el papel de su vida...
Scan del tríptico de sala.

www.kunstforumwien.at/en

"¿Betsy o Nicole?".Foto de Kovalski

miércoles, octubre 22, 2014

Josef Dabernig: Rock the Void.

El MQ (Museum Quartier Wien) es un complejo de museos ubicado cerca del Kunsthistorisches museum de Viena, en la llamada Museumsplatz. Allí se reúnen importantes centros de arte como el Leopold Museum -con su colección única de Egon Schiele-, el Architekturzentrum Wien, la Kunsthalle Wien y el mumok. Además se organizan actuaciones musicales y teatrales en el Tanzquartier y en el HALLE E+G. Una entrada combinada "Duo" da acceso a dos de estos museos. El mumok es el museum moderner kunst stiftung ludwig wien y el edificio es impresionante, un gigantesco cubo que parece sacado de una alucinación de Kubin para algún texto de Kafka -todo un monumento a la incomprensión. Allí, aparte de la colección permanente -con obras de Immendorff, Picasso, Picabia, Mondrian, Kirchner, Soulages, Fontana, Magritte, Delvaux,...-, pude ver el pasado mes de junio una fascinante exposición del inclasificable artista austriaco Josef Dabernig titulada Rock the Void, y que estuvo abierta hasta el 14 de septiembre.
El libreto de la exposición (obra de Susanne Neuburger y Jörg Wolfert) comienza con cautela: "A primera vista la muestra puede resultar un poco sorprendente" -¿Sólo un poco?, ya veremos-. "La galería parece vacía" -¿parece? ¡no hay nada! No desespero, se está fresquito y aún quedan dos horas y media para el cierre (al contrario que la mayoría de museos de Viena, que cierran a las 18 h, el mumok lo hace a las 19 h)-. Voy leyendo el folleto: "No hay cuadros ni fotografías en las paredes" -Ni en las paredes ni en ningún sitio, el vigilante da vueltas sobre sí mismo, me pregunto si no forma parte de alguna instalación oculta, a estas alturas uno no puede estar seguro de nada cuando pisa una muestra de arte moderno-. "La primera impresión es que sólo se ven paredes blancas vacías e instalaciones arquitectónicas en forma de simples cubos blancos" -al menos son sinceros-. El artista y director de cine Josef Dabernig (nacido en Kötschach-Mauthen en 1956, y con cierto parecido físico a Thomas Bernhard) ha creado una instalación espacial que "aprovecha" el potencial ofrecido por las tres plantas del museo -imaginamos a Dabernig pensando mientras merienda: ahora cómo diablos relleno todo esto (ya está, tengo el nombre de la exposición, ¡Rock the void! (sacude el vacío)..., luego utilizaré el espacio para realizar una crítica feroz al mundo de los museos...)-. Recorro las distintas salas cúbicas donde aguardan sorpresas. Veo algunos vídeos -que van desde lo cotidiano a lo absurdo -más bien enclavados en la frontera entre ambos (es decir, la realidad)(-)- geniales -otros menos-, vitrinas con artículos singulares -léase también cotidiano-poéticos (desde el punto de vista artístico -no sé qué es-)-, y esculturas geométricas (compuestas por barras adheridas a la pared -"Al final de la sala, en la pared frente a la entrada, hay una instalación con forma de red, en la que se transforman elementos arquitectónicos en escultóricos. Se trata de simple perfiles de aluminio, elementos prefabricados para tecnología de fachadas"). La idea es enfrentar el espacio expositivo -el edificio incluso- con la obra expuesta, realizando un cruce de referencias acerca del aislamiento de las muestras de arte en el mundo real -no sé si lo consigue o no -Reflexión: el riesgo al que se expone (nunca mejor dicho) Dabernig es que el uso de la caricatura  le conduzca al mismo camino de insignificación que pretende criticar-. Pero donde brilla el talento de Dabernig es sobre todo en los films. En el primero,
Wisla (foto Kovalski)
de 1996, titulado Wisla (b/n, 16 mm, 8 min), asistimos a ¿un partido de fútbol? Se escucha el clamor y los cánticos del público, por la megafonía del estadio se dicen las alineaciones de los equipos. Por el túnel de entrada s
alen al campo el entrenador y el asistente de uno de los equipos, van trajeados, caminan por la banda -sólo están ellos-, llegan al banquillo, se sientan, gesticulan, miran de un lado a otro, como si siguieran el devenir del juego -no cruzan palabra. El banquillo tiene el rótulo del Wisla, equipo de la ciudad polaca de Cracovia. Pero algo no encaja: "Un comentario de un partido de la liga italiana jugado en el Fruili stadium de Udine contrasta absurdamente con la acción escenificada en el campo del Wisla. En este grotesco interludio de imagen y sonido, el marcador del estadio se muestra al final de la peli con un persistente cero a cero" -reza el "booklet" de la exposición -me pregunto si estamos ante una metáfora de la ausencia de concordancia entre nuestras vidas -o lo que pensamos que son nuestras vidas (una ilusión)- y el mundo exterior -o lo que creemos que es el mundo exterior (¿un juego?) (sin importarnos) -Nota: o bien es una denuncia de la hipnosis que sufre el espectador de fútbol (llegando a un punto en el que da igual que la narración no se corresponda con el desarrollo del partido -incluso que no exista tal partido, sólo un terreno de juego vacío-)-. Dabernig es un gran aficionado al fútbol, una de las "obras" es una colección de entradas, la mayoría de partidos del Udinese (la vida -el ser humano- no deja de ser una colección de listas). En esa línea vemos otra pieza compuesta de listados con el número de cigarrillos diarios que fuma y con el importe de cada reposición de gasolina del coche. 
Lancia Thema
Uno de estos coches, un Lancia, es el protagonista de una de las pelis más sorprendentes de la exposición,
Lancia thema (color, 35 mm, 17 min, 2005). En ella el protagonista (el propio Dabernig) va de viaje en su coche, recorre solitarias carreteras -a veces bajo la lluvia- con música de ópera italiana de fondo, la cámara nos muestra a Dabernig ora desde el asiento del conductor ora desde el exterior. Por un momento uno piensa que ese hombre observador, meditabundo, estará conduciendo durante horas, días, y que tú continuarás allí, sentado en el banco, solo, porque nadie se atreve a ver más de un minuto un vídeo de Dabernig, la gente -no más de tres o cuatro personas- se asoma a las salas y cuando ve que se proyecta una película rara se va enseguida. En esto que Dabernig -que ya te está poniendo nervioso, ¿adónde vas, Dabernig?, de hecho te has levantado, resignado a que nada va a pasar en esta peli y dispuesto a ir a otra sala- detiene el coche en medio de una curva, pero Dabernig, ¡ese sitio es peligroso!, se baja del Lancia, se coloca en medio del asfalto, coge su cámara y empieza a hacer fotos... ¡a su coche!
River Plate
El último vídeo rodado por el artista es River Plate (b/n, 35 mm, 16 min, 2013). Una veraniega excursión de seres fracturados -no vemos sus caras, tan solo unas rodillas, unos brazos, un ciclista deja su casco junto a la bici...-, junto a un enorme puente que termina siendo testigo inerte de un temporal casi bíblico, la imagen del agua canalizada, cayendo desde lo alto de la inhumana construcción de hierro y cemento, adquiere un tono elegíaco. También Dabernig hace fotos de diferentes campos de fútbol en El Cairo, Cracovia, Pristina, Gjumri, Vilnius y Santiago de Chile. Realiza tomas panorámicas de izquierda a derecha en una vista de 180 grados: "Es como una precisa construcción de la nada: muy clara en la forma, muy abierta de significado", dice el artista. En la segunda planta hay dos vídeos geniales.
Hypercrisis
En
Hipercrisis (color, 35 mm, 17 min, 2011) unos directores de cine soviéticos descansan en el sur del Cáucaso, en un edificio abandonado -colegio, hospital,...- (según explica el folleto, en el vídeo no hay diálogos ni voces en off ni subtítulos). Suena el Réquiem de Verdi, los cineastas llevan batas de médico, dos de ellos comen sin  parar -encurtidos, salchichas,...-, una mujer, también con bata blanca, les mira comer (parece que nunca estarán satisfechos) y se ajusta la bata continuamente pero no aparenta tener apetito, otro de ellos, el escritor Boris Martov (según libreto), deambula por las afueras -una música de rock psicodélico suena cuando aparece en escena- y no deja de hacer gestos de desesperación, se adentra en unas ruinas, luego vuelve al hospital, hay un recital musical a cargo de unos niños, cabecea en señal de desaprobación, se levanta y se marcha. (Nota: uno de los problemas (¿virtudes?) de este tipo de obras es que cuando entras en una sala la proyección suele estar comenzada (se suceden cíclicamente sin solución de continuidad), además no se indica el minuto en el que transcurre la proyección, por lo que las historias se siguen de forma discontinua y no cronológica). Hay una proyección de diapositivas titulada Proposal for a New Kunsthaus, not further developed (Propuesta para un nuevo centro de arte, no desarrollada del todo), donde se proponen -irónicamente- elementos para un futuro museo como una fachada, una sala de reuniones, un bar, etc... Una crítica -o bien una invitación a la reflexión- a esos centros de arte (mumok incluido) que tan alejados están del público en general. Dabernig realiza una copia a mano del libro del doctor Franz Xaver Mayr Belleza y digestión o (en traducción un poco libre) se puede rejuvenecer simplemente a través del correcto mantenimiento del intestino. "Este acto de copiar un libro era un camino para escribir libre de reglas" -más bien para escribir con una regla única, me digo. Dabernig también nos quiere hacer creer que forma parte de un tratamiento curativo (¿contra la locura?).
Rosa Coeli
El vídeo de 2003, 
Rosa coeli (b/n, 35 mm, 24 min), es el film estrella de la exposición, o al menos el más largo. Cuenta la historia de un viajero que llega en tren al pueblo de su niñez, por razones que sólo al final se desvelarán. Dabernig, el viajero, cojea sensiblemente. Cuando llega al hostal y tras tomar una cerveza con el taxista -en una escena "trepidante" en la que no cruzan palabra- le recibe un tipo (¿un abogado?) que presenta a sí mismo algún efecto pedestre que le hace cojear (el espectador piensa si uno cree que está burlándose de la cojera del otro, y el otro del uno). Luego conversan un rato de no se sabe qué y el viajero firma unos papeles. Mientras tanto una voz en off nos acerca a la infancia de Dabernig. Habla de aquel grupo que parecía combatir por la conquista del monasterio Rosa coeli... Entre poético y desesperado, un tono que recuerda  a Thomas Bernhard -no en vano el motivo del regreso de Dabernig a su Moldavia natal lo encontramos también en Extinción y en el guión El italiano del escritor austriaco (la muerte del padre)-, la película transcurre pesada y sombríamente, con la mirada nostálgica del que sabe que no puede recuperar ni tan siquiera unos recuerdos.
El tiempo que duraba la exposición incluía una charla con el artista (el 11/9) y una excursión en autobús con Dabernig a las localizaciones de Rosa Coeli (el 6/9). Lamentablemente mi estancia en Viena no coincidió con ninguno de los dos eventos.


Web de Josef Dabernig
Web del mumok


mumok (foto Kovalski)

martes, octubre 07, 2014

KUNSTHISTORISCHES MUSEUM WIEN

Introducción. 
Era una bonita mañana de junio y yo estaba en la Heldenplatz escuchando unas sonatas de Mozart interpretadas por Glenn Gould. Me preguntaba qué sentido tenía todo -sobre todo qué sentido tenía que los museos de Viena no abriesen hasta las diez de la mañana-. Recordaba a Reger, el entrañable (otros dirían amargado, decadente, retorcido, misántropo...) personaje de Maestros Antiguos de Thomas Bernhard: "En el Kunsthistorisches Museum encuentra Reger lo que no encuentra en ninguna parte, le dije a Irrsigler, todo lo importante, todo lo importante para su pensamiento y su trabajo". No buscaba encontrar nada importante para el pensamiento en el Kunsthistorisches (eso me aniquilaría). La intención era menos original, admirar en persona los Brueghel y Velázquez que allí se exhibían. "No en vano vengo desde hace más de treinta años al Kunsthistorisches Museum", decía Reger (yo apenas estaría una mañana, quizá para no volver jamás). "Otros van por la mañana a una taberna" -¿se refería Reger a una taberna pintada por Brueghel?-, unos vamos a un edificio muy grande para mirar cuadros, quise replicar a Reger -¿y? ("Miró un cuadro colgado de la pared y pensó que había gente a la que le emocionaba contemplar cosas así", escribió Orhan Pamuk en Cevdet Bey e hijos)-. Una pregunta: ¿Era necesario visitar un museo, una ciudad, para disfrutar del arte? -silencio-. A veces observaba al resto de visitantes (observando cuadros). Algunos iban paseando -¡paseando!- por los pasillos ilustrados ("Los alemanes miran el catálogo todo el tiempo en el Kunsthistorisches Museum, mientras recorren las salas, y apenas a los originales que cuelgan en las paredes y, mientras recorren el museo, se sumergen cada vez más profundamente en el catálogo, hasta que llegan a la última página del catálogo y, por consiguiente, se encuentran otra vez fuera del museo", Reger en Maestros Antiguos). Me gustaba escuchar sus comentarios -¿una genialidad? ¿una tontería? a veces eran indistinguibles (intercambiables)-, aunque el silencio era lo habitual. Yo no era diferente a ellos, pensaba tonterías -también paseaba dentro del museo (¿qué podía hacerse si no?), aunque intentaba hacerlo en sentido walseriano (quizá para justificar mis escritos posteriores: "Sin pasear y recibir informes no podría rendir informe alguno ni redactar el más mínimo artículo (...) Pasear me es imprescindible (...) Sin pasear no podía hacer observaciones ni estudios". El paseo, Robert Walser)-, a veces tomaba notas en un pequeño bloc..., pero nada de esto servía -las cuestiones importantes del arte me eran esquivas (en realidad, cualquier cuestión)-, de hecho, ese día había olvidado el bloc en el hotel (¿premeditadamente?). Otra duda me asaltaba
Visitantes creyendo que el arte existe frente a la Torre de Babel
¿Qué había tras la contemplación de un cuadro? Y también, desde el pesimismo menos pragmático: ¿creía en el Arte? (Cita: "A veces me da miedo no creer en el arte -Ahmet miraba atentamente a Ilknur para medir su reacción-. ¿Y si no creyera en el arte?". Cedvet Bey e hijos, Pamuk). Entonces, escribir un comentario sobre el Kunsthistorisches, ¿era necesario? -resultaba evidente que no, pero no se me ocurría otra cosa-. 
Dado que me sentía en la misma situación que Swann (quien, al ser "invitado a dar su opinión o a expresar su admiración hacia un cuadro, guardaba un silencio que era casi descortesía, y, en cambio, se desquitaba si le era posible dar una indicación material sobre el museo en que se hallaba o la fecha en que fue pintado"), decidí hacer lo de siempre, revisar lo que escribieron otros autores (a pesar de que John Berger en Fama y soledad de Picasso criticaba (tampoco es que fuera muy original en esto -era un secreto a voces-) el procedimiento estandarizado de escribir libros de arte ("Los cuadros, que el lector puede ver en las reproducciones, se describen minuciosamente, como para hacer un inventario, y se tratan como mercancía de almacén. En esas descripciones se insertan las frases que confieren la condición de genio al productor de dichas pinturas. Frases que equivalen a una evocación mágica. El crítico se ha convertido en una especie de sacerdote subastador")), es decir, ¿para esto había venido a Viena? (me preguntaba, en un claro error de concepto, mientras aguardaba en la cola junto a ugrupo de turistas japoneses (llevaba años soñando con aquello -mi vida, como quien dice, iba encaminada a aquel momento-, y ya que estaba allí, ¿qué?)).
El museo.
El Museo de Historia del Arte (construido por el emperador Franz Joseph entre los años 1871 y 1891 -los arquitectos fueron Gottfried Semper y Carl Von Hasenauer-albergaba las colecciones imperiales de los Habsburgo en Viena y estaba en la Maria Theresien-Platz (a un lado, cruzando la Museumstrasse estaba el MuseumsQuartier, y por el otro, atravesando el Burggarten, se llegaba a la Albertina). En él se podían ver pinturas de 1500 a 1800, es decir, aquí no se encontraban los famosos Schiele y Klimt vieneses (bueno, a decir verdad, Klimt sí estaba presente, aunque había que buscarlo (en sentido literal) -Nota: los hermanos Klimt y Franz Matsch, a través de una compañía artística que fundaron, realizaron pinturas en las dos escaleras y el techo del Burgtheater en 1886 (curiosamente un teatro relacionado -inevitablemente- con Bernhard -allí se produjo el escandaloso estreno de su obra Heldenplatz, en 1988; también tenía una presencia notable en la novela Tala, de 1984). Fue después (en 1890) cuando se les encargaría -tras la muerte del afamado -en su tiempo- pintor Hans Makart (del que se podía contemplar algún increíble cuadro en el Palacio Belvedere -como el de Caterina Cornaro, al más puro estilo Veronese-)- la decoración de la escalera del entonces Museo Imperial de Historia del Arte -en el que Klimt ya había trabajado con Laufberger -no sabía quién era- en los esgrafiados -no sabía qué eran- en 1879-.
Buscando a Klimt en el KHM
"La grandiosa escalinata del museo debía servir para ensalzar la labor del mecenazgo de la casa imperial y ser, al mismo tiempo, una autorepresentación de la burguesía", escribía Gotfried Fliedl. Klimt pintaría los intercolumnios (óleo sobre estucado, 230x80 cm) y las albanegas (230x230 cm) -Arte egipcio I y II, Arte griego I y II, Quattrocento romano y veneciano, Renacimiento italiano...-, con inspiración clásica y a partir del estudio de las colecciones del museo (eso decía el contrato), unas imágenes que producían admiración en los visitantes -su carácter decorativo (¿menor?) quedaba desplazado por su extraordinaria calidad -"Hoy hasta un mal cuadro de Klimt cuesta varios millones de libras, dijo Reger, es repulsivo"-, hasta el punto de que competían en interés con las obras de la pinacoteca (¿no era esto un poco paranoico?)-, y en cuya revisión de lo histórico me parecía atisbar cierta ironía -es decir, ¿hasta qué punto era real la chica de Tanagra imaginada por Klimt (es decir, ¿no era tan sólo una joven modelo vestida como una impecable "chica de Tanagra" -es decir, ¿un espejismo?-?)? (algo parecido pensaría frente a La alegoría de la pintura de Vermeer (¿todo el arte era una ironía?)))-. La pinacoteca ocupaba las dos alas del piso primero (separadas por la cafetería). En la planta baja y en la entreplanta se encontraban las colecciones de antigüedades (romana y griega), la egipcio-oriental, y la Kunstkammer Viena -donde estaba el famoso salero de Cellini  y otras obras decorativas de gran valor-. 
Rafael: Virgen del prado
La pinacoteca.
Una de las obras emblemáticas del museo era la Madonna del prado de Rafael, temple y óleo sobre tabla, 113x88 cm, de 1506 (según A.M. González fue realizada tras dos pequeñas tablas -San Miguel y San Jorge y el dragón (Louvre) (según Zacan según González, ambas influidas por estampas de Durero y Schongauer)- en las que Rafael, desligado de esquemas devocionales, daba rienda suelta a su fantasía cromática (¿significaba esto que la Madonna del prado (ojo, no del Museo del Prado) también se veía afectada por esta nueva concepción del color?)-). En esta Virgen, también llamada "de Belvedere", Rafael trataba de encontrar una estructura figurativa construida dentro de la viva realidad del color -que, paulatinamente, con sus gradaciones, se iba ajustando a su nuevo concepto formal de raíz leonardesca-, según González (Nota: frases evocadoras ¿sin sentido?). Wundram titulaba el cuadro La Virgen con el niño y San Juan, un tema que Rafael pintara repetidas veces enfrentándose a los más recientes problemas formales sobre la concepción de la figura y el espacio (los niños estaban ligeramente desplazados a la izquierda pero conservando la integridad del triángulo cuasi equilátero en el que encajaban las tres figuras). Este crítico reconocía cierta deuda -por el fuerte contraste en el motivo del movimiento (¿contraste dentro del propio motivo o contraste con otros movimientos de otros cuadros -¿era el movimiento un motivo?-?)- con Leonardo y sus estudios para Santa Ana con la Virgen y el niño. Decía Wundram que "la libre disposición de las figuras en el espacio y la superficie se asocia de modo natural a una composición calculada con exactitud" -lo leía y releía (pero nada cambiaba)-. También, en un artículo, con motivo de la muestra "Rafael desde Urbino a Roma" en la National Gallery de Londres en 2004, González señalaba que de Leonardo provenía "el suave modelado de los rostros de la Madonna de esta época, así como la composición piramidal que aplicará a sus retratos. Sin embargo, suprimirá el característico claroscuro y sfumato del pintor toscano, sustituyendo su misterio por una expresión más franca y directa". Poseía esta Madonna una belleza excepcional (el mismo González hablaba de una nueva tipología de pintura religiosa, que trataba la figura de María como ancilla divinitatis) y una nitidez de dibujo sorprendente (dispuesta en un paisaje de colorido casi onírico). En mi modesta opinión (si era tan modesta, ¿por qué tenías que decirla? -"De lo que no se puede hablar hay que callar", decía Wittgenstein-), su calidad (¿qué era eso? -el escepticismo invadía todas mis apreciaciones (era terrible, recordé entonces una reflexión de Tornatore sobre La última oferta: "La película trata sobre el miedo que tenemos a ser víctima de un engaño. La idea de la decepción es fundamental, podemos temerla tanto que acabamos por no fiarnos de nadie")-) parecía superior a escenas posteriores como La bella jardinera de 1507 del Louvre, Sagrada Familia con el cordero de 1507 del Prado o la Madonna Esterhazy de 1507 en Budapest. Conmovía -¿o exasperaba?- la ingenuidad del pintor, presentando al niño Jesús con bastón crucífero (¿qué era?), ignorante -precisamente por eso- del horrible final que le aguardaba. En Las vidas había datos sobre el origen de este cuadro. Contaba Vasari que, al llegar Rafael a Florencia, "Taddeo Taddei lo invitaba a menudo y lo honraba mucho, dado que tenía una inclinación innata a tratar bien a estos ingenios. Por eso se mereció que la amabilidad de Rafael le hiciera dos cuadros, que mezcla el primer estilo de Pietro (Perugino) y el que aprendió conforme estudiaba, y que todavía se ve en su casa." Se sabía que uno de esos cuadros era la Virgen del Prado, en cuanto al otro se dudaba entre la Sagrada Familia de la Palma, en Londres, y la Sagrada Familia de San Petersburgo. En la sala de Tintoretto me perdí en elucubraciones varias -en realidad lo que hice fue sentarme, estaba muy cansado (¿de todo o sólo de mí mismo?)-. Reger: "Aquí en la sala Bordone, tengo las mejores razones para meditar, y si alguna vez tuviera ganas que leer algo aquí en el banco, por ejemplo a mi querido Montaigne o a mi quizá más querido aún Pascal o a mi mucho más querido aún Voltaire, como ve, mis escritos queridos son todos franceses, ni uno solo alemán, podría hacerlo aquí de la forma más agradable y mas útil". Yo, por mi parte, no había traído a mi querido... ¡Thomas Bernhard! -pensé que sería más inteligente dedicarme a ver cuadros en lugar de meditar alrededor de un libro (en realidad qué más daba, todo era una pérdida de tiempo)-. Reger acudía cada dos días a la sala de Tintoretto (en el libro se la llamaba sala Bordone pero yo no veía esa denominación por ningún lado -tampoco la busqué ni, por supuesto, pregunté-) y se sentaba en un banco, delante de El hombre de barba blanca de Tintoretto ("...era evidente que  desde hacía ya muchísimo tiempo no contemplaba El hombre de la barba blanca, sino algo muy distinto situado detrás de El hombre de la barba blanca, no el Tintoretto, sino algo situado muy fuera del museo") -yo ni siquiera era capaz de imaginar que más allá de los cuadros pudiera existir otro mundo-. Pero El hombre de la barba blanca -junto al que me inmortalicé (ridículamente)- no era el único Tintoretto de esa sala.
Tintoretto: Susana y los viejos
Susana en el baño o Susana y los viejos, de 1565 (147x194 cm, óleo sobre lienzo) ocupaba un lugar destacado. Aparentemente era una obra poco característica de Tintoretto, con claras influencias de Tiziano y Rubens en el dibujo y el color, pero Wundram apuntaba cómo Tintoretto incluso aquí "se mantiene fiel a su tendencia casi obsesiva a llevar la mirada, con la perspectiva de líneas de fuga, hacia las profundidades, cuando no al infinito. El borde del estanque, el seto de rosas, el fuerte contraste de escalas entre los ancianos y la vista al lejano parque se asocian para disolver la superficie en la tercera dimensión por todos los medios posibles". Es decir, que esta revisitada escena bíblica aún participaba de la perspectiva trepidante propia de obras maestras de Jacobo Robusti como Lavatorio del Prado (1548), y eso era precisamente lo que la convertía en una versión diferente del tema (aunque, reconozcamos, ¿no resultaba desproporcionada -e imposiblemente sinuosa (incluso para un manierista)- la figura de la joven?). Entonces me acercaba a un Andrea del Sarto pensando que era un Pontormo. Era una Piedad de 1520, 90x120 cm, óleo sobre madera. Wundram explicaba que "aparece un movimiento vibrante debido a la factura del cuadro, el difuminado de los contornos en una modulación cromática contrasta con los pliegues angulares de los vestidos; el ángel de la derecha, con los instrumentos de la Pasión, despierta la impresión de estar sujeto a un cambio continuo de actitudes y miradas. Las grandes pinceladas del plano fondo, independientes de toda figuración, son buen ejemplo de las ideas pictóricas del Sarto tardío". Vaya metedura de pata, me decía, confundir a Pontormo con del Sarto. Luego leía al experto, como viniendo en ayuda de mi maltrecha vanidad: "Proporciones y expresión de los rostros denotan una asimilación de las ideas de Pontormo" -bueno, al final no iba tan desencaminado.
Pietr Brueghel: Día sombrío
Uno de los mayores tesoros del museo era la colección de Brueghels -la mayor del mundo-. Así, teníamos la increíble suerte de ver algunas de las mejores obras del belga reunidas en una sola sala: Cazadores en la nieve (un cuadro usado por su extraordinaria eficacia visual en filmes como Solaris de Tarkovski y más recientemente en la asombrosoa introducción de Melancholia de Lars von Trier), La torre de Babel (portada de la Trilogía de la memoria de Pitol en Anagrama -era Peter Brueghel "el viejo" un autor muy recurrido por las editoriales, recordemos El triunfo de la muerte (El Prado) en las ediciones españolas de Hormigón y de Trastorno, ambas novelas de Thomas Bernhard-), Banquete nupcial (cuya sola contemplación daban ganas de celebrar algo), Camino al Calvario -que inspirara la fantástica película de Lech Majewski El molino y la cruz- y Juegos de  niños -en el que uno podía pasar horas observando los numerosos y peculiares juegos-. No obstante, mi cuadro favorito era Día sombrío, de 1565, que representaba el mes de febrero -las alusiones carnavalescas así lo sugerían-. Uno de los niños portaba una corona de papel y otro mayor comía un barquillo -con aspecto de una flauta de pan-, dulce típico de esa fiesta. Al lado dos hombres cortaban, según Hagen y Hagen, mazos retoños de mimbrera (¡qué buen ojo!), destinados a la construcción de cercas y paredes. Estos estudiosos recalcaban la gran capacidad de Brueghel para representar la naturaleza, mostrando la impotencia humana frente a la tempestad que hacía bailar las naves en lontananza.
Holbein: Jane Seymour
De Hans Holbein había un espléndido retrato de Jane Seymour (óleo sobre madera, 65x40,5 cm), la tercera mujer de Enrique VIII (de ella había otro retrato menor -16,4 x 18,7 cm- en el Maurithuis de La Haya). Holbein hizo un primer viaje a Londres en 1527. Allí fue recibido por Tomás Moro (
retrato de ese mismo año, en la Frick Collection de Nueva York, y un dibujo a tiza negra y de color, 39,7x29,9 cm, en el castillo de Windsor, así como dibujo de su familia en Basilea), gracias a la mediación del amigo común, el filósofo Erasmo de Rotterdam -a quien Holbein había pintado en más de una ocasión en 1523 (Louvre; National Gallery; Basilea; y un cuarto óleo, en colección particular)-. Pero sería en 1532 cuando Holbein haría un segundo y definitivo viaje a Londres (a excepción de algún viaje diplomático al continente el pintor seguiría en la capital inglesa hasta su muerte en 1543, se creía que a consecuencia de la peste). En Londres realizaría retratos de mercaderes hanseáticos como el magnífico de Georg Gisze (en Berlín), y también el famoso e increíble (anamorfosis incluida) Los embajadores de la National Gallery. Se pensaba igualmente que en 1533 fue nombrado pintor de la Corte (en el Thyssen de Madrid había un pequeño pero virtuoso retrato de Enrique VIII -óleo sobre madera, 27,5 x 17,5 cm-). Jane Seymour sustituiría en la corona a la malograda Ana Bolena (ésta, a su vez, sustituta (aunque no reconocida por la Iglesia) de la tía del Emperador Carlos V, Catalina de Aragón, de quien había un genial retrato de Juan de Flandes en el Thyssen de Madrid -así mismo, existía una obra "hermana" de este, se trataba del retrato de la hermana de Catalina, Juana la loca, también obra de Juan de Flandes, ¡en el Kunsthistorisches! (llevaba años interesado en ese cuadro, días después me daba cuenta de mi falta -lo que no entendía era cómo me pasó desapercibido-)-) (de Ana existía en la Royal Academy de Londres un dibujo a tiza negra y de color -aunque las crónicas de la época realzaban su belleza ésta no era comparable a la de la actriz Natalie Dormer -Nota: ver serie de TV, The Tudors-), quien (Ana Bolena), por cierto, admiraba profundamente el talento de Holbein -según Norbert Wolf, "Enrique VIII encargó a Holbein presumiblemente en 1933, que diseñara joyas para Ana Bolena", también cuando Ana Bolena "con ocasión de su boda, pasó con su pomposa comitiva por el Steelyard de los comerciantes alemanes, quedó prendada de la asombrosa decoración festiva que Holbein había figurado y preparado con bocetos" -y en la mencionada serie de TV había algún pasaje en el que Ana Bolena alababa el talento de Holbein ("este Holbein es un genio", llegaba a decir el personaje de Natalie Dormer refiriéndose a unos elementos decorativos)-. Pensando en la actriz inglesa (que también hacía el papel de Margaery Tyrrel en Juego de tronos) -me preguntaba qué me estaba pasando si en un lugar tan artístico como el KHM me dedicaba a pensar en una actriz de TV, Giuseppe Tornatore decía: "Para las personas cultas siempre existe el riesgo de perder el sentido de la verdad de la belleza por la perfección del arte, que tiende a darnos una visión idealizada. La verdadera belleza, la verdadera vida, es imperfecta. Vivir del arte es muy peligroso" (aquello me alivió, mi condición de inculto me libraba de aquel peligroso delirio)- continuaba mi deambular incierto y soñador por las salas repletas de inmensos Rubens y exquisitos van Dycks, de antiguos Dureros y Tizianos inconfundibles -una de las versiones de Dánae-, de curiosos Canalettos (una vista de Viena),... -perdido, como siempre, sin saber adónde, cuánto ni cómo mirar-. 
Vermeer: Alegoría de la pintura
En el gabinete 17 estaba El arte de la pintura (1666-73)
, una de las pinturas de Johannes Vermeer sobre la que más se había escrito. Era una de las obras alegóricas de Vermeer (la otra, Alegoría de la fe), si bien participaba de ese contexto doméstico tan particular de la pintura holandesa del XVII. Resultaba una obviedad referirse al virtuosismo técnico del artista de Delft en la distancia corta -si bien, y a riesgo de ser tildado de maldito loco, era de recibo puntualizar algunos errores en el dibujo del maestro, como eran la extraña discontinuidad tanto del cuerpo principal del trombón (o sacabuche como apuntaba Ramón Andrés en El luthier de Delft, y quien traía a colación las Symphoniae sacrae de Heinrich Schütz y un dibujo satírico de Cornelisz Saftleven) como de la barra inferior del mapa, o la dispar geometría de la lámpara de araña que colgaba del techo, o la difícil simetría facial de la joven, o la apenas esbozada mano del artista, inarticulada, a modo de muñón, impropia del detallismo del resto de la escena (Nota: también advertiría al pintor representado -de espaldas al espectador, en realidad, el propio retratista (idea genial, autorretrato de espaldas o la negación del autorretrato -"¿Por qué se oculta la identidad del pintor?", se preguntaba Sara Puerto en Descubrir el Arte nº167-)- que, según las dimensiones del lienzo (Nota a la nota: era obvio que el pintor representado no estaba pintando el mismo cuadro que había pintado Vermeer, en ese momento lo veíamos pintando las hojas de laurel en la cabeza de Clío (también era reiterativo -pero obligado- referirse una vez más al consabido malentendido entre el título del cuadro y el personaje mitológico representado, la musa de la Historia, Clío -Ramón Andrés explicaba que "el pintor representa a la musa siguiendo las sugerencias de Cesare Ripa en la Iconología de 1613", según el cual "Clío debe ceñirse una corona de laurel y sujetar una trompa a la diestra y en la siniestra un libro"), aunque algún autor insistía en defender que la alegoría era de la pintura, subrayando su supremacía sobre la escultura y la arquitectura (suponía que todos habrían quedado contentos -o bien ninguno- si hubieran decidido que se trataba de una alegoría de la historia de la pintura, pero supongo que en aquellos tiempos no se pensaba en la historia de la pintura como ahora)) -con algunas líneas esbozadas del resto del dibujo-, o habría que decir de la muchacha disfrazada de Clío -es decir, estábamos ante una representación (el cuadro de Vermeer que retrataba a un pintor) de una representación (el cuadro que pintaba la figura del pintor) de una representación (la muchacha disfrazada de alegoría)-), no le iba a quedar sitio, como decía, para el resto de la figura (desde luego que podía olvidarse del mapa -un mapa anacrónico, obra de Claes Jansz Vischer-))-. Para ser justos, y más allá de posibles defectos académicos, era digno de elogio tanto la sutileza excepcional del cortinaje -puede que el más extraordinario de los pintados por el holandés-, como, y sobre todo, el halo de claridad que emergía desde la izquierda, donde se presuponía la típica ventana vermeeriana, y que dotaba a la escena de una luz (surreal, mágica) sobre la que los figurantes parecían flotar -Nota: esta luz había sido objeto de comentario por el crítico Hermann Bauer: "Pero lo realmente extraordinario de este cuadro es la luz, sin parangón en el siglo XVII; los impresionistas la redescubrirían dos siglos más tarde -también Gombrich mencionaba a los impresionistas al comentar el cuadro La lechera del Mauritshuis-. Desde una ventana invisible para nosotros cae sobre la modelo que posa delante del pintor en el lugar de mayor luminosidad: de este modo, la luz natural se convierte en luz glorificadora, como corresponde a una alegoría" -no obstante seguíamos sin desentrañar el misterio de esta luz (y me acuerdo entonces de aquel libro de Cees Nooteboom, El enigma de la luz). Otros cuadros de Vermeer utilizaban esta fuente de luz (ventana a la izquierda -Joven con collar de perlas,1664, La tasadora de perlas, 1662-64, La lechera, 1658-60, Joven con jarra de agua, 1664-65, El geógrafo, 1668-69, El astrónomo, 1668, etc...-) -también otros autores holandeses de ese período la usaron como Pieter de Hooch en La visita o El dormitorio, Gabriel Metsu en Hombre escribiendo una carta y Gabriel Mistu en Mujer leyendo (todos ellos se pudieron ver junto a la Alegoría de la fe de Vermeer en la exposición de Roma a finales de 2012 y principios de 2013)-, pero ninguno de ellos de esta forma tan fascinante (Nota: algo de especial tenía esta pintura para el pintor Vermeer, ya que, como contaba Sara Puerto "Vermeer creó esta maravillosa pintura a priori no para venderla, sino para exponerla en su taller de Delft -un taller que debía diferir del idealizado en la pintura, según Ramón Andrés-, donde, como era costumbre, recibía a los mecenas, demostrándoles así cuánto era capaz de hacer" -una obra de la que nunca se desprendió, certificaba Ramón Andrés en El luthier de Delft, ni aún en época de penurias-). Entonces, ¿qué tenía la luz de esta alegoría de la pintura, o alegoría de la Historia, o alegoría de la Fama -era el propio Bauer quien se inclinaba por esta tercera interpretación (o bien lo leyó en algún sitio -¿cómo saber de dónde procedían las interpretaciones de los críticos?-)-, difusamente denominada por José Riello como "una declaración de la conciencia artística del propio Vermeer"? No sabía, pero no me dejaba descansar-. Este cuadro vivió una aventura apasionante (¿era la historia de la pintura también la historia del cuadro como objeto?). Desapareció durante un siglo, se vendió en 1813 y luego llegó a manos del Conde Czernin en cuya familia se mantuvo hasta la Segunda Guerra Mundial. Como escribía Ramón Andrés (quien postuló líricamente que "la mezcla de realidad e ilusión en El arte de la pintura podría verse cono el atisbo de una historia inverosímil pero de acontecimientos verídicos"), Hitler se apropió de numerosas obras maestras destinadas al museo modélico que proyectaba construir en Linz y del que el cuadro de Vermeer iba a ser la piedra angular. Al final de la guerra fue hallado milagrosamente en una mina de sal (este era también el tema de la película de George Clooney, Monuments men, y, aunque la misión en el film pasaba por rescatar la Virgen con niño de Brujas de Miguel Ángel y el Tríptico del Cordero Místico de Gante de los hermanos Van Eyck, al final los protagonistas recuperaban multitud de obras antes de la llegada de los rusos -salía un plano del cuadro de Vermeer-). Un poco perplejo por tan insuperables muestras de habilidad humana llegaba -y tras desfilar ante los soberbios autorretratos de Rembrandt y esos fantásticos y verduleros Arcimboldos- al esquinado gabinete 10 (pausa emocionante). Allí estaban, como quien no quería la cosa, los increíbles Velázquez (me sentí afectado por una extraña sensación de patriotismo -supongo que similar a la que sintiera Nooteboom (en El enigma de la luz) en el Frick de New York ante -casualmente- un Vermeer, un impulso nacionalista que el escritor holandés no sabía explicar (me sorprendía que Bartolomé Bennasar en su artículo "Velázquez. Íntimo y secreto", al referirse a las pocas obras maestras del sevillano fuera del Prado no nombrara ninguna de las pinturas vienesas (citaba el Retrato de Felipe IV del Frick de Nueva York, el de Inocencio X en la Doria de Roma, la Venus del espejo londinense y los pertenecientes a su época sevillana Vieja friendo huevos de Edimburgo y Aguador en Londres))-)-). No terminaba de encontrar la relación existente entre las obras catalogadas y sus ubicaciones dentro del museo. Los gabinetes rodeaban las salas principales en las que, a diferencia de los primeros, había bancos para sentarse y observar tranquilamente los Brueghel, Rubens o el San Miguel de Luca Giordano -Anécdota: una chica de un grupo de estudiantes (cada uno debía explicar una obra), se quitaba la camiseta y dejaba al descubierto un tatuaje del arcángel en cuestión en la espalda, sus compañeros, divertidos, prestaban más atención a la anatomía tintada de la joven que a la mayestática obra de Giordano-, etc... No sólo Velázquez estaba ¿relegado? a un gabinete, otras grandes obras estaban en gabinetes, por ejemplo, el ya comentado Vermeer en el 17 o el Tríptico de la crucifixión de Van der Weyden en el 15 (Nota: recordaba a este respecto el rebuscado lugar donde se muestra el autorretrato de Durero en el Louvre). El plano que se recogía a la entrada del museo era muy útil para no dejarse atrás ninguna sala (foto abajo). 
Velázquez: Infanta Margarita, 1653
Además de los excepcionales retratos de la infanta Margarita (en realidad, prefería que Velázquez estuviera en una sala pequeña, incomprensiblemente solitaria, al margen del recorrido central, más transitado) en este gabinete estaban los de la infanta María Teresa y el príncipe Felipe Próspero (de este último escribía Gombrich: "no hay nada desacostumbrado, nada, al menos, que nos sorprenda a primera vista. Pero en el original, las diversas tonalidades de rojo (de la rica alfombra persa, el terciopelo del asilla, la cortina, las mangas y las rosadas mejillas del niño), combinadas con los tonos fríos y plateados de blanco y gris que se oscurecen hacia el fondo, forman una armonía única" -era llamativa la vestimenta del niño (al menos, a los ojos actuales) ya que podía pasar por una infanta más (Norbert Schneider lo describía como "un delantal blanco sobre un vestidito que le llega hasta los pies")-). De la infanta Margarita (la encantadora infanta de Las Meninas) había tres retratos, uno con 2 ó 3 años (1653-54), otro con 5 (1656) y el último con 8 ó 9 (1659) -éste y el de Felipe Próspero se consideraban las últimas obras de Velázquez-. Decía López-Rey: "En 1659, Felipe IV pidió a Velázquez que pintara los retratos de Felipe Próspero y de su hermana, la infanta Margarita. Eran un regalo de petición de mano, pues la infanta habría sido elegida para contraer matrimonio con el Emperador Leopold I". Sin embargo, los dos retratos anteriores de la infanta también estuvieron destinados a la corte de Viena -según se leía en las placas informativas del museo, el matrimonio debía estar ya apalabrado tiempo atrás, y no a raíz del retrato de 1659-. En el primer retrato, La infanta Margarita en rosa y plata -López Rey describía el traje "de tela asalmonada y bordada en plata", y sobre los toques de luz del vestido María Cóndor decía que Velázquez había llevado a su culminación "la audacia de su manera abreviada, enriquecida tras su paso por Italia" (y es verdad que la vertiginosa sensación de realismo que proporcionaba una visión del cuadro a cuatro metros de distancia se tornaba inexplicable al acercarnos a pocos centímetros y observar tan sólo unos trazos -caprichosos, desganados- que daban forma -aproximada y confusa- a los pliegues y detalles del vestido -y uno se preguntaba ¿dónde está el milagro? -Nota: tras ver estos cuadros le dije a mi hermano Pirlosky que Velázquez era bueno, él me dijo que eso ya se sabía, yo no supe qué replicarle en aquel momento pero ahora creía saber a lo que me refería, el misterio debía radicar en que supiéramos de la excelencia de Velázquez y que, aún así, continuara asombrándonos su obra, tal era el desafío que hacía la realidad de su pintura al recuerdo -por otro lado, inmejorable- que de ella teníamos-), la niña, obediente a las indicaciones del artista, apoyaba la mano derecha sobre un tapete azul y con la izquierda sostenía un abanico -un objeto poco común en manos de un niño-. López Rey decía que la "abertura del fondo marca una diagonal fluida que atraviesa la composición para poner de relieve la figura de la infanta", también llamaba la atención sobre el cortinaje verde oscuro y las sombras negras y ocres que lo atravesaban. Al búcaro de vidrio con flores, Cóndor lo calificaba de "fragmento asombroso", y López Rey quería ver en sus tonalidades un resumen de los colores utilizados en el resto del cuadro.
Velázquez: Infanta Margarita, 1659
El retrato en blanco de 1656 era de la misma época que Las meninas. Había ligeras diferencias con la figura del Prado como el giro de la cabeza (similar en los tres retratos vieneses), la raya al lado contrario y el peinado con ondulaciones. Cóndor escribía que "Velázquez se aproxima a los niños regios con ternura y sin adulación -igual que sus bufones hay dignidad pero no concesiones", refiriéndose también a la sombra de premonición que subyacía en estas "efigies sin alegría". Del retrato de 1659, en azul y oro, explicaba López Rey: "Gracias a la sutil armonía, este retrato debió de ser -y, en cierta medida, aún lo es hoy- una obra absolutamente fuera de lo común. Todo armoniza al unísono con los ojos azules y el rostro nacarado, apenas rosado, de la infantita, enmarcado por el oro pálido de sus cabellos y del collar". Eran retratos ensoñadores que desprendían un aura de tristeza regia. El hecho de que la infanta no fuera más que un mero juguete dinástico aumentaba la compasión que despertaban estas pinturas, más aún conociendo el desdichado desenlace que le esperaba -casada con 15 años y muerta a los 22-. Schneider aludía a los amuletos que portaba en el vestido Felipe Próspero, unos objetos que, "teniendo en cuenta su débil estado de salud, tenían la función de proporcionar al heredero del trono una protección mágica". Cóndor escribía que "todas estas efigies de vástagos imperiales parecen prestos a desvanecerse a pesar de sus sólidos trajes, en el espacio líquido que les rodea. A posteriori, conociendo su destino trágico, estos niños se transforman en muy barrocos emblemas de transitoriedad". Con esa inesperada impresión de transitoriedad abandonaba el museo, previendo una anticipada nostalgia por el lugar pero reconfortado por la sensación de haber saldado una cuenta pendiente.
Kovalski, como Reger,
con el Tintoretto de barba blanca al fondo


sábado, febrero 08, 2014

El Condotiero, de Antonello da Messina.

El Condotiero fue la primera novela que escribió Georges Perec (en 1960, y después de ser rechazada por la editorial, Perec declaró: "En cuanto al Condotiero, m... a quien lo lea"), ¿y? Recientemente ha sido publicada de manera póstuma -Perec falleció en 1982 y nunca vio impreso este libro-, ¿y? La edad de redacción parece difusa y leí datos contradictorios -a quién le importará esto, me digo. Perec nació en 1938, luego cuando sucedía lo anterior tenía 22 años aproximadamente; Claude Burgelin -profesor de literatura contemporánea de la Universidad de Lyon y autor de una biografía del escritor- cita en el prólogo a la novela un extracto de "W o el recuerdo de la infancia". Ahí Perec escribió en una anotación de 1956 sobre el Condotiero: "Supe vencer la sombra de ese soldado con casco que todas las noches durante dos años montaba guardia ante mi cama y me hacía gritar en cuanto lo veía". Es decir, con 18 años Perec estaba ya enfrascado en su novela, algunos dicen que la redactó en la mili, ¿y? Por otro lado, Burgelin -¿no está tomando demasiado protagonismo este Burgelin?- sostiene que fue escrita (¿finalizada?) por Perec con 24 años, ¿y? El escrito, tras ser rechazado, fue finalmente olvidado en una maleta que Perec, curiosamente, creyó haber tirado -digamos que creyó haber tirado la maleta con los escritos que no le interesaban, el Condotiero entre ellos, pero finalmente se había desecho de la maleta cuyos manuscritos sí pretendía conservar -y uno se pregunta, ¿quién guarda sus escritos en maletas? En el libro se nos narra la travesía artística y vital de un falsificador de obras de arte -falsario- llamado Gaspard Winckler. Es pues la historia de un falsificador a través de una historia falsa, pues el texto original había sido rechazado por las editoriales y finalmente por el propio autor (¿y esto lo convierte en falso?), aunque, bien pensado -o fatalmente pensado- ¿acaso no son todas las historias falsas? Winckler, ya saben, el falsario, ha fracasado en su último encargo -al menos eso cree o nos hace creer que cree, es decir, que haya fracasado o bien que sea verdaderamente el último encargo-, una reproducción de un hipotético cuadro perdido de Antonello da Messina -de paso Winckler se ha convertido en un asesino, un paso lógico-, un falso -por suplantación de identidad- cuadro -¿y no son todos los cuadros falsas representaciones?- para cuya elaboración habría tomado como modelo al famoso Condotiero del Louvre -esto no lo entiendo, ¿qué intentaba? ¿realizar una copia exacta del Condotiero, hacer un Condotiero II -por ejemplo un antes y un después de una batalla-, utilizar el rostro del Condotiero para otro retrato totalmente diferente, pintar un garabato y ponerle el casco del Condotiero?, vale, interesantes reflexiones, ¿y...? Esto no es un artículo sobre el libro de Perec -creo, o creo creer, ¿es demasiado tarde para esta confesión?, me pregunto-, sino sobre el cuadro del pintor Antonello da Messina que de algún modo protagoniza el libro de Perec y de quien se ha celebrado recientemente una exposición retrospectiva en el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Trento Rovereto -una pequeña población de 30.000 habitantes en el norte de Italia-, una muestra, por cierto, que habría ahorrado al falsario Winckler unos cuantos viajes por Europa -realizados en la novela para el estudio de las obras de Antonello. Reviso los cuadros de la muestra trentina. Sorprendentemente el Condotiero no figura en la exposición -¿debo echarme las manos a la cabeza? El Condotiero tiene su ubicación oficial en el Louvre -así lo  manifiesta la contraportada del libro (el asombroso mundo de las contraportadas de los libros, alguien debería hacer un estudio...), por otro lado, la portada presenta, cómo no, el misterioso rostro del Condotiero (¿imaginación?). Pero, y antes de continuar, ¿qué es un condotiero? se preguntarán, o no (puede que en su lugar se estén preguntando ¿por qué continuar?), los lectores. Un condotiero es, según la RAE, un soldado mercenario o también un "comandante o jefe de soldados mercenarios italianos, y por extensión, de otros países". Bien, ¿qué nos parece este condotiero que pintó Antonello, un jefe o un simple soldado?
Condotiero de Donatello.
El motivo del condotiero fue utilizado en el Quattrocento por algunos artistas como, por ejemplo, Donatello en su monumento ecuestre para el Condottiero Gattamelata de Padua, fechado entre 1447 y 1453, y también Verrocchio, para su condotiero Colleoni de Venecia, obra de 1478, otro monumento ecuestre. El tipo retratado por Antonello no posee el porte casi monárquico -cual Carlos V tizianesco-, ni la templanza casi quijotesca del condotiero de Donatello. Digamos que es otro tipo de retrato. De hecho parece más un vasallo que un estudioso de la guerra, más un rufián que un diligente estratega. Perec, por cierto, es de otra idea al respecto, como se verá un poco más adelante. El Condotiero de Antonello data, como veremos, de su época veneciana, esto es, alrededor de 1475, luego tiene, al menos, un precedente artístico en el jinete de Donatello, no conociendo el que suscribe ningún caso anterior en forma de retrato pictórico -lo cual no quiere decir que no exista, alguien debería hacer un exhaustivo estudio acerca de ello. Perec escribe en su novela -¿pero no íbamos a dejar de hablar de Perec y su novela?- que Antonello viajó a Flandes donde tuvo a Jan Van Eyck de maestro, ¡imposible! Ya desmiente Manfred Wundram en su obra sobre el Barroco al propio Vasari. Antonello da Messina nació -en Mesina, Sicilia- en 1430 y Jan Van Eyck murió en 1441, así que el viaje a Flandes tuvo que haberlo hecho Antonello como muy tarde a la temprana edad de once años. Lo que sí parece cierto es que Antonello contactara con alguna obra del menor de los Van Eyck en Nápoles en el año 1450 -también hay constancia de que antes de esto Antonello conoció a Piero della Francesca, precisamente en el camino hacia Nápoles, pero esa es otra historia -quién sabe, igual puede formar parte de la misma. Según Vasari, Antonello fue a Nápoles por "ciertos asuntos". Una vez allí le impresionó el color de la tabla de Van Eyck que poseía Alfonso V de Aragón, "y al verla, la intensidad de los colores y la belleza y amalgama de aquel cuadro le produjeron tan fuerte impresión que, abandonando cualquier otro asunto, marchó a Flandes". Vasari explica con qué tipo de aceites experimentó Van Eyck para conseguir esos efectos que tanto impresionaron a Antonello. Se refiere a una mezcla compuesta de aceites de lino y de nuez. En el capítulo XXI de Las vidas de Vasari titulado "De la pintura al óleo, en tabla o tela", se lee: "Fue un magnífico invento y una enorme comodidad para los pintores el descubrimiento de la pintura al óleo, del que fue descubridor en Flandes Juan de Brujas (Jan Van Eyck), que envió una tabla a Napoles al rey Alfonso I (en realidad Alfonso V de Aragón), y otra de su estufa al duque de Urbino Federico II (en realidad Federico de Montefeltro), y además hizo  un San Jerónimo que tenía Lorenzo de Médicis, y otras muchas obras que fueron muy admiradas". Vasari menciona como continuadores de estos hallazgos a Rugiero de Brujas (Rogier van der Weyden) y Hans (Hans Memling), alumno de Rugiero, de quien se nombra un pequeño cuadro en Santa Novella de Florencia y una tabla en una villa de los Médicis. Otros autores que siguieron la estela de Van Eyck y nombrados por Vasari fueron Ludovico de Luano (probablemente Dirck Bouts) y Pietro Cristo (Petrus Christus -a propósito, hace unos días vi la película de Tornatore, La mejor oferta, en ella el personaje principal, encarnado por Geoffrey Rush, un prestigioso agente de subastas de arte antiguo, descubre una tabla en pésimo estado que resulta siendo el célebre retrato de una dama de Christus de la Gemäldegalerie berlinesa), el maestro Martino (Martin Schongauer), Justo de Gante (Joost van Wassenhove) y Hugo de Amberes (Hugo van der Goes), del que destaca otra tabla en Santa María Novella. Realmente es un enigma cómo llegó a deducir Antonello la naturaleza de esos aceites de características astringentes y que secaban sin tener que exponer el cuadro al sol -¿realmente un viaje a Flandes o una experimentación denodada? Le comenté a mi hermano Pirlosky la preparación de este artículo y me preguntó por qué no escribía sobre arte moderno, yo quise decirle que justamente en el museo de arte moderno de Rovereto había una muestra sobre Antonello, que no sabía por qué Antonello estaba en un museo de arte moderno, que, si bien algunos aspectos de su pintura pudieran considerarse modernos -no sabía yo cuáles-, lo cierto era que Antonello vivió en el siglo XV -intentando confundir mi propio razonamiento acerca de que en cualquier maestro antiguo podían hallarse rasgos del tan cacareado arte moderno-, y que su presencia en ese museo de arte moderno debía estar justificada de alguna forma, pero no le dije nada y me limité a defender la noble -pero ridícula- idea de que alguien tenía que divulgar los entresijos de la pintura antigua y que del arte moderno ya se ocupaba convenientemente el mercado -aunque eso fue antes ver La última oferta de Tornatore y de sospechar, consecuentemente, que del arte antiguo también "se ocupaba" el mercado-, y luego continué diciendo que yo no tenía nada que aportar al arte moderno, así como tampoco tenía nada que aportar al arte antiguo -ni a ninguna otra cosa-, esto último tampoco se lo dije pero lo pensé. Lo realmente indiscutible es el papel protagonista jugado por Antonello en la incorporación al arte italiano de los adelantos instaurados por Van Eyck, pues como sigue Vasari en el capítulo antes aludido de Las vidas: "Introdujo esta técnica en Italia Antonello da Messina, que residió muchos años en Flandes y al volver se quedó en Venecia, en donde le enseñó a algunos amigos, entre ellos a Domenico Veneziano que después la introdujo en Florencia". Si esto era motivo suficiente como para que un museo de arte moderno le organizara una retrospectiva yo no lo sabía.
En cuanto al protagonismo de Jan Van Eyck en el campo de la innovación al óleo pude leer en el artículo que María Cóndor escribió para el número de diciembre de 2013 de la revista Descubrir el Arte que "Las innovaciones  introducidas por este artista -compartidas o no con su hipotético hermano Hubert -ya ni podemos estar seguros de la existencia ni identidad del coautor del Cordero místico, tengo que ir a Gante, me dije- son tan múltiples y trascendentes como los enigmas que rodean su personalidad artística. No le hacía falta ser mitificado como inventor de la pintura al óleo, medio que se usaba mucho antes, aunque más por motivos prácticos; el mito, difundido por Vasari, persistió hasta que en 1774 Lessing descubrió una copia de un tratado de Teófilo Presbítero, del siglo XII, en el que se alude a esta técnica. Se han conservado tablas alemanas del XII realizadas totalmente al óleo, y también lo usaron Beaumetz y Malouel, predecesores suyos al servicio de la Corte de Borgoña. Pero Van Eyck lo perfecciona hasta extremos insospechados; el óleo es la clave de todo, la puerta espléndida que da acceso a la gran transformación del arte pictórico." Es decir, Van Eyck no inventó la pintura al óleo y esto, ¿no hace más meritorio su descubrimiento? Es decir, la invención de la pintura al óleo, como la mayoría de los descubrimientos, debió estar envuelta en un halo de misterio que combinase el azar y la búsqueda insistente, una búsqueda cuyo éxito se debiera más a la actitud científica y artesana que a la genialidad artística, sin embargo, la determinación de emplear una técnica ya conocida -pero inhabitual, olvidada- y explotar todas sus posibilidades, es decir, un logro que estaba al paso de cualquier artista de la época pero que nadie pudo ni supo ver, supone un ejemplo de iluminación al alcance de muy pocos, todo eso, aunado a la indudable maestría técnica y simbólica del referido pintor, disparó las excelencias de Van Eyck más allá del mito, me digo. Continuando con la introducción del arte flamenco en tierras italianas en Las vidas de Vasari podemos leer que a pesar de la afluencia de obra flamenca a Italia -en Brujas existía una colonia de mercaderes italianos que reconocían el valor de los artistas del lugar y se conocen encargos de potentados italianos a Jan Van Eyck, como el Tríptico de la Virgen de Dresde para la familia genovesa Giustiniani, y como el célebre retrato de la National Gallery para el matrimonio Arnolfini- los pintores no pudieron descubrir la clase de aceite o de mezcla que usaba Van Eyck, "aunque el olor intenso que despedía parecía permitir descubrirlo". No debían ser unos asuntos muy importantes los que habían llevado al joven Antonello a Nápoles cuando, al ver el cuadro de Van Eyck, viajó a toda prisa a Flandes, según Vasari. De todas formas -y sucediera cuando sucediera, conociera o no a Van Eyck- el viaje a Flandes no está constatado y es una suposición de Vasari, quien asegura que allí trabó amistad con Juan de Brujas, el cual, ya consciente de estar viviendo sus últimos tiempos -de hecho estaba muerto-, no tuvo reparos en mostrarle todos su trucos técnicos. ¡Ah, Vasari, cómo pudiste cometer ese error, convertir a Antonello en alumno de Van Eyck! ¡Ah, Perec, cómo caíste en el mismo error que Vasari! ¡Ah, Winckler, cómo pensaste que podrías emular a Antonello!  ¿Acaso Winckler no imaginó que debía utilizar unos aceites lavables y que resistieran cualquier golpe, unos aceites usados por Jan Van Eyck más de cinco siglos atrás -quizás Winckler usó botes de pintura comercializados? ¿Qué pudo fallar en el falso Antonello del falso Winckler -quizás su menosprecio a las tareas "menos artísticas" del pintor antiguo como son las operaciones  destinadas a elaborar pigmentos y disoluciones en aceites llevadas a cabo manualmente?
Virgen de la Asunción.
Quizás fue la falta de esas veladuras finísimas utilizadas en la Virgen de la Asunción de Palermo -cuadro que se pudo ver en la muestra de Rovereto, ¡qué nombre más bonito para una ciudad!, me decía una y otra vez, pensando que alguna vez tendría que visitarla, tarde o temprano, como fuera, me decía, cuestión de vida o muerte-, una imagen mariana inédita -dice Wundram-, con la mirada evitando al espectador, y con el particular gesto de su mano derecha, ese gesto que parece anticipar al de la Virgen de las rocas de Leonardo. Me pregunto si Antonello no habría sido instruido en las maneras flamencas por un maestro italiano, un seguidor de la estética flamenca (una posible solución, más abajo), o bien fue una iluminación, fantaseo, una epifanía, la que sufriera Antonello al ver la tabla de Van Eyck, algo similar a lo que padeciera el pintor metafísico del siglo XX, Giorgio De Chirico en la florentina Piazza Santa Croce. Me voy a la página web del Louvre para ver el Condotiero en alta resolución -iluso. El Louvre tiene, según la página oficial, dos obras de Antonello, sólo una pintura, "Cristo en la columna". ¿Dónde diablos estará el Condotiero? me digo incrédulo. Escribe Perec en El Condotiero: "Salí, compré novelas policíacas en los muelles; fui al Louvre, a la sala de los siete metros, para ver al Condotiero".
Retrato de un hombre.
El Condotiero mira al espectador. Pero no es el único retrato de Antonello que mira al espectador, esto mismo sucede en Retrato de un hombre de la National Gallery de Londres, con unas dimensiones de 35,6 x 25,4 cm, y datado en 1475, por tanto, un óleo sobre tabla muy similar al Condotiero, una obra que, según la guía del museo editada por PDA, resalta por la minuciosidad de los detalles tanto del pelo de la barba como de la textura de la piel que remiten a la escuela flamenca, un texto que también contempla la posibilidad de que se trate de un autorretrato -ejecutado frente a un espejo-, hipótesis que ha sido descartada cuando, al estudiar la pintura con rayos X, se ha descubierto que la mirada del personaje presentaba en su concepción primaria la desviación tradicional, circunstancia -es decir, el hecho de que los rayos X hayan revelado algo que no es apreciable en el aspecto actual de la pintura- no está referida en el Condotiero pero que conduce a una inevitable pregunta, es decir, si el autorretrato no será en realidad el del Condotiero. El Condotiero es un retrato de tres cuartos, el sombreado de las facciones apuntan a su etapa veneciana -como ya se ha dicho su fecha aproximada de creación es 1475-, al igual que el retrato de la National Gallery, obra con la que comparte el estilo austero. El Condotiero tiene barba de tres días y una cicatriz a un lado de la boca, barbilla con hoyuelo como Kirk Douglas -y empiezo a imaginar una película en la que Douglas encarna al Condotiero, que a la vez es Antonello disfrazado..., porque, ¿no es el Condotiero el álter ego de Antonello? Y, entonces, ¿no sería igualmente Winckler el álter ego de Perec? (silencio incómodo). El fondo del Condotiero es oscuro, al igual que su ropa, sin sortijas ni cadenas, sin ningún otro atavío que un fino encaje blanco que asoma por el sobrecuello. En la estela de los grandes retratos de Memling y del hombre del turbante rojo de van Eyck -del que algunos estudiosos, esta vez sí, sugieren la posibilidad de autorretrato-, el Condotiero puede ser uno de los grandes retratos del Primer Renacimiento, más impactante -por dureza y austeridad- que el otro Antonello más famoso, el mencionado de la National Gallery, así, el rostro del Condotiero es anguloso, con afilados pómulos, el de la National posee las facciones más amables, por decirlo de alguna forma, parece un buen hombre -signifique esto lo que signifique-, el Condotiero, por su lado, tiene cara de haber matado a muchos hombres, por dinero. ¿Por qué hizo Antonello este retrato? ¿Por qué decidió pintar a un hombre malencarado, que vive de la guerra, un hombre de unos treinta años, de cuello ancho, de mirada inquietante, y sobre todo, por qué lo pintó de esta forma, es decir, exento de abalorios y de otros objetos que desvíen la atención hacia lo que importa, la mirada del Condotiero, de algún modo tan rudimentaria, una figura sobre fondo negro, desde donde resalta la carnalidad del retratado, asemejando una aparición fantasmal, amenazante, es decir, por qué parece que el Condotiero atemoriza al artista con su mirada y su expresión de "ya sabes, he matado a muchos, la vida no tiene valor para mí"? -"jeta de cabrón", "sensacional hocico de truhán", escribió Perec-, y el Condotiero no tiene orejas porque se las tapa ese pelo a lo Romeo de Zefirelli en forma de medio bucle que le circunda toda la cara y así Antoncello se las pudo ahorrar -las orejas- porque todo el mundo sabe -o algunos saben o creen saber aunque estén equivocados- que aunque lo más difícil de pintar son las manos, también es especialmente dificultoso el dibujo de las orejas, así que mejor taparlas, como hizo con el retrato "inglés", y el Condotiero parece estar preparándose para entrar en batalla y parece querer decir a su descendencia -porque tendrá mucha descendencia repartida por todos los estados-, "éste era yo, vuestro padre". Realmente no recuerdo haber visto al Condotiero en mis visitas al Louvre, en realidad del Louvre recuerdo que la primera vez fui buscando el camino al calvario de Simone Martini, ¡ese Cristo portando la cruz que yo había copiado en una tabla -al igual que Winckler se buscaba a sí mismo al copiar a Antonello ¿pretendía yo buscarme a mí mismo copiando esa tabla de Martini? no, qué va, simplemente tenía una tabla y una reproducción del cuadro de Martini y estaba aburrido-, y que no encontré porque yo buscaba una tabla de tamaño medio y me pasó desapercibida porque en realidad es una tabla pequeñita (20 cm x 30 cm), un poco menor que el Condotiero (30 cm x 36.2 cm), ¡en la sala 4 del primer piso! El Condotiero de Antonello debe estar por tanto escondido en algún lugar del museo francés, me digo. Quizás no figure en la web porque ahora estuviera prestado -ahora veo que esta apreciación era ridícula, lo que la dotaba de cierta coherencia- a algún museo ¡de arte moderno! Qué hará Antonello en un museo de arte moderno, me pregunto. En Rovereto hubo obras de los museos de Washington, New York, Philadelphia, Thyssen de Madrid, la Borghese de Roma, el Civici de Venecia y ¡del Louvre parisino!, del que se pueden ver, atención ¡las dos obras que hay en la web del Louvre!, es decir, Cristo en la columna y el dibujo de grupo en una plaza. ¿Dónde está el Condotiero? ¿Lo tendrá Winckler en su sótano?
Van Eyck. Retrato de hombre con turbante
El Condotiero tiene mandíbula de soldado experimentado y parece que está apretando los dientes con fuerza para tensar aún más la cara.
Volvamos al espinoso asunto del viaje de Antonello a Flandes. ¿Que no lo consideran  necesario? ¿Quién dijo que fuera necesario? Al final de su novela Perec realiza un breve esbozo de la vida de Antonello, y tras admirar el cuadro de Van Eyck que tiene Alfonso de Aragón: "Abandonando allí todos los cuadros que tenía empezados, y pese a que el viaje era largo y costoso, partió de inmediato a Flandes y fue al encuentro del maestro de Brujas, le comunicó su apasionada admiración por su obra, fue entusiasta, convincente, a tal punto que Van Eyck, de entrada bastante frío, sonrió  pronto frente a esa fogosidad de juventud meridional y aceptó a Antonello como discípulo." Ante este pasaje podemos pensar dos cosas: que Perec sabía que Antonello nunca pudo conocer a Van Eyck en persona y aún así incluyó su encuentro en la novela -con la intención de respetar la idea primigenia vasariana o bien porque le daba igual que no se hubieran conocido, buscaba un episodio suficientemente novelesco-, o que Perec no sabía que esa amistad narrada en Las vidas de Vasari no estaba documentada y además era a todas luces imposible -lo cual nos inclina a pensar que Perec no se molestó mucho en informarse históricamente para esa parte del libro, una parte, por otro lado, intrascendente. Me voy al Vasari y busco ese pasaje: "En Brujas entabló gran amistad con Juan al que regaló muchos dibujos hechos por él a la manera italiana y otras cosas suyas, de modo que por eso y por ser ya viejo Juan, éste no tuvo inconveniente en que Antonello lo viese trabajar y así Antonello no se fue de Brujas hasta que no hubo aprendido a tratar aquella pintura al óleo como deseaba." En la edición anotada de Vasari se puede leer a pie de página: "El viaje de Antonello a Flandes es sólo una hipótesis de Vasari, que trataba de explicar de algún modo sus conocimientos pictóricos. La crítica moderna (ah, la crítica moderna) cree, en cambio, que para explicarlo es suficiente el ambiente del sur de Italia (zona de influencia flamenca) y el probable aprendizaje con el maestro Colantonio: que son los dos componentes de la formación de Antonello subrayados por Summonte al hablar de Colantonio". Bien, no me pregunten quién es Summonte pero con ese nombre debe ser fiable. En cuanto a Colantonio (así que pudo ser Colantonio quien adiestrara a Antonello en la técnica al óleo, pero entonces, ¿quién instruyó a Colantonio?) también lo menciona Perec en su novela, escribe cómo en Nápoles Antonello conoció a Antonio Solaro, el zíngaro, de quien fue condiscípulo en el taller de Colantonio del Fiore. Con todo, lo mejor del libro de Perec es su reflexión sobre el origen de ese retrato: "¿Podías entender que a ese coronel mercenario se le ocurriera ir a que lo retratara uno de los más grandes pintores de su tiempo?" -para Perec ese tipo de aspecto desaliñado es un coronel. Evidentemente aquí está la madre del cordero, el meollo del asunto, el quid de la cuestión, el alma del dilema... ¡dios, basta! Las circunstancias por las cuales Antonello y el Condotiero acordaran la realización de un retrato están por esclarecerse -de hecho nunca se esclarecerán. Los motivos intrínsecos por los cuales Antonello decidió que el Condotiero iba a ser su mejor retrato, su mejor obra en definitiva, tampoco lo conocemos con exactitud -esto probablemente quiera decir que no tenemos ni idea. Perec coloca al retrato del Condotiero en un nivel cualitativo por encima de otros retratos de esa época. La teoría pereciana argumenta que frente al Melanchton de Cranach, el Robert Cheseman de Holbein, el hombre de Memling, el Condotiero los mira, despreciativo, el Condotiero, para Perec, para Winckler, es algo más.
Me sigue intrigando la ubicación del Condotiero de Antonello da Messina. Sabemos que tiene que estar en el Louvre -¡es tan pequeño como el Simone Martini, por eso no recuerdo haberlo visto, por eso nadie recuerda haberlo visto allí, por eso en la web del Louvre no figura!, ¡el mejor retrato del Primer Renacimiento pasa desapercibido para todos los visitantes! Miro en la guía de sala impresa. Allí no está Antonello, lógico, hay que hacer una selección, el volumen es delgado. Abro el Gombrich, ni señal del Condotiero -¿en mayúscula o en minúscula? no es "un condotiero" cualquiera, es "el Condotiero" por antonomasia-, ¡ni siquiera se menciona a Antonello!, tampoco en otras Historias generales del arte. Por último se me ocurre mirar en la Guía artística de Francia de Michael Jacobs y Paul Stirton, un hermoso librito cuya existencia olvidé mientras preparaba los artículos sobre el valle del Loira -craso error, una vez más, me hubieran servido de inestimable ayuda-: "La pintura italiana ocupa la parte oeste de la Grande Galerie, empezando con la monumental Virgen con santos (1240) de Cimabue. Siguen luego las principales figuras del Primer Renacimiento y, aunque la colección es desigual, hay tablas excelentes de Simone Martini (Cristo con la cruz a cuestas) -¡"mi" Simone Martini!, exclamo alborozado-, Fra Angelico (Coronación de la Virgen), Uccello (Batalla de San Romano), Carpaccio (San Esteban predicando), Antonello da Messina (Retrato Condotiero) -¡albricias, aquí está!- y Giovanni Bellini (Cristo resucitado)". Luego dedica un comentario más extenso a Boticelli y Mantegna. Fantástico, me digo, aunque no dice nada de su pelo "a lo beatle".
Como último recurso busco en la enciclopedia Monitor que tantos trabajos me resolvió en la infancia. ¡Bingo! Un pequeño artículo sobre Antonello viene ilustrado por una enorme foto de un solo cuadro: ¡el Condotiero! En el artículo, sin embargo, no se menciona nada sobre esta obra. Sí se nombra el San Sebastián de Dresde, la Crucifixión de Sibiu, el San Jerónimo de Londres, y la Piedad de Venecia. A pie de la ilustración se lee: "Antonello da Messina: Retrato de hombre (París, Louvre), conocido con el nombre tradicional de "El Condotiero" por la dramática intensidad de su expresión y la orgullosa energía de sus rasgos". En esta reproducción se puede apreciar mejor el bonete -o lo que sea, un casco para Perec, más bien parece un gorro, como el del retrato de hombre- negro que corona su cabeza, casi imperceptible -debido al poco contraste con el fondo oscuro- en otras imágenes. Acaso sus ojos parecen más sobresaltados en esta fotografía, el fondo turquesa ayuda a delimitar el perfil de la cabeza y de su camisa oscura. Da miedo.
Todo esto está muy bien pero ¿hemos dicho algo del cuadro, del Condotiero? Y otra cosa, como diría algún personaje de Murakami, ¿qué significa todo esto? Aún tentado de dar por finalizado este delirante artículo me veo en la obligación de investigar un poco -tampoco mucho, no exageremos, todo tiene un límite- sobre la tabla de Van Eyck que viera Antonello en Nápoles. Para ello recurro a la monografía del pintor flamenco escrita por Joaquín Yarza. En el libro hay un capítulo dedicado a Van Eyck y España. Se sabe que Jan Van Eyck estuvo en la península en una o dos ocasiones. Curiosamente nos encontramos con Alfonso V, quien adquiriera en Valencia en 1445 un pequeño San Jorge de Van Eyck, hoy perdido. Existen otras dos pinturas que en algún momento han sido atribuidas a Jan Van Eyck, una de ellas, La fuente de la vida, del Prado, podría corresponder con la vista por Antonello en Nápoles, ya que cuenta con numerosas figuras. Fue donada en la época de Enrique IV por Juan Pacheco, un señor poderoso e influyente que construía por entonces el monasterio del Parral, a las afueras de la ciudad de Segovia, entre los años 1455 y 1459. Es una tabla de gran tamaño, 181 cm x 115 cm, y de factura parecida al célebre Políptico del cordero místico de Gante. Sin embargo, esto es una suposición no muy bien sostenida ya que debieron darse algunas carambolas para que esa tabla hubiera estado en posesión de Alfonso V de Nápoles en 1450 y luego fuera a parar al monasterio citado. Aunque no es imposible.
Este artículo queda así totalmente incompleto -aunque ya lo decía Gombrich, todo conocimiento es incompleto y por tanto no sabemos nada, escribe Pitol. Quizá -quizá no- debiera haber hecho un pequeño análisis de los otros retratos de Antonello, viajar a Trento, ver la exposición, tomar notas en un bloc de notas ridículo, llamar la atención de la hermosa vigilante que no me quitaría ojo porque pensaría que soy un pirado que podría dañar algún cuadro -¡nadie toma notas en los museos!, yo al menos nunca he visto a nadie-, hacer una comparativa minuciosa de los retratos de hombre de Jan Van Eyck -retratos como El cardenal Albergati, de Arnolfini de Berlín, de Baudovin de Lannoy, de Leal Souvenir, o del hombre del turbante, de la National Gallery, único que mira directamente al espectador, como hace el Condotiero-, sostener algún hilo conductor entre estos y el Condotiero, buscar antecedentes en cuanto a austeridad pictórica, investigar la posible influencia del Condotiero sobre el retrato posterior, comprobar cómo antes de Antonello las pinturas italianas fueron ejecutadas con técnicas ajenas al óleo como tempera sobre madera, en Bellini, por ejemplo, etc. No sé, todo me da vueltas y no encuentro sentido a nada así que ¿porque habría de tenerlo este artículo?